viernes, 25 de diciembre de 2009

Receta

Cáscara de naranja amarga, bien macerada... Una corteza de canela en rama para perfumar... Dos gotas de esencia de romero...

jueves, 26 de noviembre de 2009

American way of life III

Hoy os dejo un nuevo relato de Creía que mi padre era Dios. Se trata de una historia veraniega contada en primera persona por Nancy Wilson, Collingswood, Nueva Jersey. Yo quiero ser como el padre de la anécdota, un crack total.

LO MÁS DIVERTIDO
"El verano de mi úlitmo año de instituto alquilé una casita en la playa de Jersey con unos amigos. Un martes por la noche, alrededor de las nueve y media, salí de casa y bajé a la playa. Estaba totalmente desierta, así que me quité toda la ropa, la dejé apilada sobre la arena y me zambullí en el mar. Estuve nadando unos veinte minutos y luego cogí una ola y me dejé arrastrar hasta la orilla.
Cuando salí del agua, mi ropa había desaparecido. Mientras me preguntaba qué podía hacer, oí voces. Era un grupo de gente que venía paseando por la orilla hacia donde yo estaba. Decidí echar una carrera y regresar a toda velocidad a la casa, que estaba a unos cincuenta o sesenta metros. Veía que la puerta estaba abierta o, por lo menos, la luz salía del umbral de la puerta. Pero cuando estaba a punto de entrar corriendo me di cuenta, demasiado tarde, de que había otra puerta con una tela mosquitera. No me dio tiempo a frenar y atravesé la tela metálica.
De repente me encontré de pie, en medio de un salón. Un padre y sus dos hijos pequeños estaban sentados en un sofá, viendo la televisión, y yo en medio de la sala sin nada encima. Me di la vuelta y salí a toda velocidad por el agujero de la tela metálica con dirección a la playa. Cuando llegué a la orilla, giré a la derecha y seguí corriendo hasta que, al cabo de un rato, encontré mi ropa apilada sobre la arena. Entonces comprendí que la corriente me había arrastrado y que había salido del agua a unos trescientos metros del lugar donde me había zambullido.
A la mañana siguiente recorrí la playa en busca de la casa con la tela metálica rota. La encontré y, cuando me disponía a llamar a la puerta, o a lo que quedaba de ella, vi al padre dentro de la casa que venía hacia mí. Comencé a tartamudear y al final logré decir: "Siento muchísimo lo sucedido y me gustaría pagar los daños de la puerta".
El padre me interrumpió, levantó las manos de un modo exagerado y dijo: "Niña mía, no puedo aceptar que pagues nada. Lo de anoche fue lo más divertido que nos ha pasado en toda la semana".

lunes, 23 de noviembre de 2009

Una de citas

Buenas, ¿cómo estamos todos? Acabo de leer una cita que me ha encantado. A ver, os cuento. Voy a empezar un trabajo sobre Alejandro Casona, dramaturgo español de la Generación del 27. La cuestión, he empezado a buscar por Internet algunas cosicas y me he topado con una web de citas bastante interesante. Ya he establecido un link en el Jardín, abajo a la derecha, donde pone Webs Interesantes. Aparecen ordenadas por autor, temática, proverbios, refranes... Yo le he echado así un ojo rápido y ya he encontrado cosas interesantes. Os dejo una de Casona. Material cinc estrelles. Por cierto, otro día hablamos de la otra web que tengo en la lista, La Off-Off-Crítica. Os recomiendo que la visitéis. Muy buena.

"En el verdadero amor no manda nadie: obedecen los dos".

domingo, 15 de noviembre de 2009

Versión Original

¿Quién no ha oído hablar de La vida es sueño, de Pedro Calderón de la Barca? Seguro que muchos más que aquellos que aseguran haberla leído, pues no es tarea nada fácil. Yo reconozco que la empecé..., y no pude con ella. Volveré a intentarlo, pero esto ocurre a veces con algunos libros, que se te atascan y no encuentras la manera de avanzar.
La cuestión, que el título de la obra aparece en el soliloquio de Segismundo del Segundo Acto y me apetece compartir con vosotros sus últimos versos, tal vez los más famosos de la obra, pero que quizá nunca hayamos oído antes en versión original.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

American way of life II

Hoy os voy a dejar uno de mis relatos favoritos de Creía que mi padre era Dios. No es trascendente, ni espectacular, ni esconde una lección moral..., simplemente es la bomba. Teniendo siempre en cuenta que estamos hablando de hechos verídicos, yo sólo os pido que imaginéis la cara que se le debió quedar a la madre del protagonista al final de la historia. Por cierto, la anécdota nos la cuenta Jim Furlong, de Springfield, Virginia.

MONTANDO EN MOTO CON ANDY

"Andy vivía sobre su moto. Era su único medio de locomoción y transportaba de todo un poco. Esto ocurría en la década de los cincuenta, antes de que aparecieran las grandes motos con maletero, amplias bolsas y carenados con espacios para almacenar cosas, así que él lo llevaba todo encima. A menos que hiciera muchísimo calor, siempre vestía un enorme mono de motorista y, debajo de él, una cazadora de cuero; y debajo, un jersey; y debajo, una camisa de franela y un par de calzoncillos largos. Sus múltiples bolsillos estaban llenos de todo tipo de cosas y las más grandes las metía en una mochila hecha trizas. Aunque no era gordo, todo aquello le hacía parecerse al muñeco de Michelín.
Andy vivía cerca del puente Whitestone, en el Bronx de Nueva York, y trabajaba como guardabarreras en un cruce ferroviario de Long Island. Yo lo veía en la tienda local de Triumph y BSA y en las carreras de motos y motocross. Sin embargo, algunas mañanas a media semana pasaba por mi casa cuando iba rumbo al trabajo y se tomaba una taza de café mientras yo desayunaba. A mi madre no le hacía mucha gracia su presencia, aunque siempre le trataba con hospitalidad y cortesía. Sobre todo le molestaba que la llamase 'jovencita' cuando le abría la puerta de la cocina en sus visitas matutinas. Aunque, cuando quería, mi madre podía llegar a ser muy cáustica, decía que Andy le parecía una persona necesitada de ayuda y cariño. Andy tenía unos treinta años. Miraba de modo penetrante y con ojos de loco y tenía un tono de voz quejumbroso y metálico que chocaba a todo el mundo.
Después de varias visitas, Andy empezó a llevarme al colegio en su moto. Yo iba a un colegio católico que estaba a unos doce kilómetros de casa y que no quedaba de camino a su trabajo. A mí me encantaba ir a clase en la Triumph Tiger de Andy en lugar de hacerlo en el autobús escolar, a pesar de que a veces tomaba las curvas con tal velocidad que rozaba el asfalto con el reposapiés.
Un día, al llegar al colegio me di cuenta de que me había dejado mi bolsa del almuerzo en casa. Andy dijo: "Eso sí que es horrible". Le di las gracias por haberme llevado y se marchó. Veinte minutos después, mi madre oyó que llamaban a la puerta de la cocina. Cuando abrió, Andy dijo: "Buenos días otra vez, jovencita. Jim se ha olvidado su almuerzo". Mi madre le hizo entrar en la cocina, donde encontró la bolsa con mi almuerzo sobre la mesa y se la dio, agradeciéndole su amabilidad. Acto seguido, Andy se sentó y se lo comió".

martes, 10 de noviembre de 2009

El legado de Filípides

El otro día jugando al Trivial con unos amigos acabamos hablando del origen de la marca Nike. Salieron dos versiones sobre el tema, relacionadas entre sí, pero quizá una un poco más romántica que la otra.
La versión de mi amigo, y tal vez la de mayor consistencia, defiende que el nombre de una de las multinacionales más importantes del planeta proviene de la diosa griega de la Victoria, Niké.
Ahora bien, la que yo defendí fue la que una vez le oí contar a mi amigo Flopson da Souza dos Santos y que tiene como protagonista a nuestro héroe de hoy, el soldado griego Filípides.
Corría el año 490 a. C., primera guerra Médica entre griegos y persas. La batalla que marcaría el devenir de la contienda tenía lugar en la llanura de Maratón, situada a unos 40 ó 42 kilómetros de Atenas. Los persas doblaban en número a los griegos y, además, les habían amenazado que si conseguían llegar a la gran heliólopolis pasarían a cuchillo a todos los niños y después violarían a sus mujeres. Ante tal perspectiva, los mujeres griegas habían decidido que matarían ellas mismas a sus hijos y después se suicidarían si no recibían noticias de sus maridos en menos de 24 horas.
Tchán, tchán. Efectivamente, el ejército helénico se alzó con la victoria en el campo de batalla y, casi sin tiempo para descansar, nuestro héroe Filípides emprendió una carrera maratoniana para comunicar la buenanueva a las mujeres y evitar así el infanticidio y el posterior suicidio colectivo que se había acordado. Exhausto, el veloz militar cayó de rodillas ante la puerta de la ciudad y pronunció, instantes antes de morir por el esfuerzo físico realizado: NENIKÁMEN (¡hemos vencido!).

viernes, 6 de noviembre de 2009

American way of life I

Hoy os voy a dejar una historia recogida en el libro Creía que mi padre era Dios. Se trata de una recopilación de relatos verídicos de la vida americana que los oyentes de Paul Auster le enviaron cuando estaba al frente de un programa radiofónico y él se encargó de seleccionar y editar. Las historias quedan englobadas en capítulos tan variados y dispares como: Animales, Objetos, Familias, Disparates, Extraños, Guerra, Amor, Muerte, Sueños y Meditaciones. Más allá del valor literario de alguna de sus piezas, lo valioso del libro es la manera en que deja al descubierto la riqueza y profundidad de los nimios acontecimientos, anécdotas que conforman nuestra historia particular. En algunos de ellos la realidad supera a la ficción; en otros, sobrevuela la presencia de espíritus en forma de casualidades; otros son, simplemente, divertidísimos capítulos contados en primera persona. Charlie Peters, de Santa Mónica, California, nos presenta ahora la relación con su 'amigo' Danny Kowalski.

DANNY KOWALSKI
"En 1952 mi padre dejó su empleo en la Ford para trasladarse a Idaho y abrir allí su propia empresa. Sin embargo, cogió la polio y tuvo que estar seis meses en un pulmón de acero. Después de otros tres años de tratamiento médico, nos mudamos a la ciudad de Nueva York, donde mi padre consiguió, por fin, un trabajo como vendedor en la compañía automovilística inglesa Jaguar.
Una de las ventajas del nuevo trabajo era que le daban un coche. Era un Jaguar Mark IX en dos tonalidades de gris, el último de los modelos redondeados y elegantes. Era uno de esos coches que parecían salidos del garaje de una estrella de cine.
Yo estaba matriculado en el San Juan Evangelista, un colegio religioso del East Side, que tenía un patio de recreo asfaltado y estaba separado de la calle por una alta valla metálica.
Todas la mañanas, antes de ir a trabajar, mi padre me llevaba al colegio en su Jaguar. Hijo de un herrero de Parson, Kansas, estaba orgulloso de su coche y creía que yo estaría igualmente orgulloso de que me llevase en él al colegio. A él le encantaba aquel tapizado de piel auténtica y las mesitas de nogal empotradas en los respaldos de los asientos delanteros, sobre las que se podía acabar de hacer los deberes.
Pero a mí el coche me daba vergüenza. Después de tantos años de enfermedad y de deudas, era muy probable que no tuviésemos más dinero que cualquiera de los otros niños de la clase trabajadora de origen irlandés, italiano o polaco que iban al colegio. Pero teníamos un Jaguar, y, por lo tanto, bien podríamos haber sido de la familia Rockefeller.
El coche me distanciaba de los otros chicos, y especialmente de Danny Kowalski. Danny era lo que, en aquella época, llamaban un delincuente juvenil. Era delgado y tenía un pelo rubio y abundante que se peinaba con gomina y fijador formando un tupé como un tsunami. Llevaba unas botas puntiagudas y relucientes, que solíamos llamar 'trepadoras puertorriqueñas de alambrada', el cuello de la chaqueta siempre levantado y el labio superior curvado en una estudiada mueca de desprecio. Se rumoreaba que tenía una navaja automática, quizá incluso una pistola de fabricación casera.
Todas las mañanas Danny Kowalski me esperaba en el mismo lugar junto a la alambrada del colegio y me miraba bajar de mi Jaguar gris de dos tonalidades y entrar en el patio del colegio. Nunca dijo una sola palabra, sólo me observaba fijamente con una mirada despiadada y furiosa. Yo sabía que él odiaba aquel coche y que me odiaba a mí y que algún día me iba a dar una paliza por ello.
Dos meses después murió mi padre. Por supuesto que nos quedamos sin el coche y enseguida tuve que mudarme a vivir con mi abuela a Nueva Jersey. La señora Ritchfield, una anciana vecina nuestra, se ofreció a acompañarme al colegio al día siguiente al funeral.
Aquella mañana, cuando nos acercábamos al colegio, vi a Danny junto a la valla metálica, en el mismo sitio de siempre, con el cuello de la chaqueta levantado, el pelo perfectamente peinado y las botas bien afiladas. Pero esa vez, al pasar a su lado en compañía de aquella frágil viejecita y sin ningún coche elitista inglés a la vista, sentí como si el muro que nos separaba se desplomase. Ahora era más parecido a Danny, más parecido a sus amigos. Por fin éramos iguales.
Aliviado, entré en el patio del colegio. Y ésa fue la mañana en la que Danny Kowalski me dio una palilza".

martes, 3 de noviembre de 2009

No nos olvidamos

Hacía tanto tiempo que no entraba en el Jardín que me ha costado un ratito recordar la contraseña. Pero no os vayáis a creer que no piense a menudo en nuestro huerto. Yo sigo buscando historias interesentes que pueda compartir con vosotros en todo lo que leo, oigo o veo, pero el nivel de mis lectores me impide publicar lo primero que me cae entre manos.

Así que no te preocupes, Zumo de Luna, mi rastreo está siguiendo su curso y creo que en breve tendré algún que otro relato interesante para compartir con vosotros. Tu último comentario me sirve de acicate en mi tarea y me alienta a cumplir con las expectativas creadas, jeje.

Mientras tanto, aquí os dejo una cita que leí y apunté en algún momento de mi vida. Desconozco el nombre del autor y el título del libro. He encontrado la nota, junto a otras también interesantes que ya iremos comentando, en un cuaderno de mi época universitaria. Allá va:

"Supongo que si un hombre tuviera que expulsar todos sus pecados, siempre se guardaría uno para no estar a gusto. Son las últimas cosas de las que nos desprendemos".

viernes, 16 de octubre de 2009

Una de cuentos II

Bueno, tal y como os dije ayer, me dispongo ahora a dejaros la segunda remesa de cuentos de Juan de Timoneda. Espero que os hayan gustado los dos anteriores y que ahora disfrutéis con estos. Sencillos, breves, llenos de picardía y con una sabiduría popular recogida también en muchos dichos y refranes de nuestra geografía. Allá van.

CUENTO LII
"Comiendo un capellán en una aldea un pichón asado, rogábale un caminante que le dejase comer con él y que él pagaría su parte; y, no queriendo el otro, el caminante comía su pan a secas, y después dijo:
- Habéis de saber, reverendo, que vos al sabor y yo al olor, los dos hemos comido pichón, aunque no queráis.
Respondió el capellán:
- Pues si eso es así, quiero que paguéis vuestra parte del pichón.
El otro que no y él que sí, pusieron por juez al sacristán de la aldea, que estaba presente, el cual le dijo al capellán que cuánto le había costado el palomino; dijo que medio real; mandó que sacase un cuartillo el caminante, y el mismo sacristán tomó la moneda y, haciéndola sonar sobre la mesa, dijo:
- Reverendo, daros por pagado con el sonido, así como él de la comida se conformó con el olor.
Dijo entonces éste:
- ¡A buen capellán, mejor sacristán!"

CUENTO VIII
"Sabiendo Dionisio, el Tirano, que, por ser tan cruel, todos le deseaban la muerte, y que sólo una vejezuela rogaba por su vida, se maravilló de ello, la mandó traer ante sí y le preguntó cuál era el motivo que la hacía rogar por su vida. Respondió la abuela:
- Has de saber, Dionisio, que, siendo yo moza, tuvimos por señor un cruel y tirano; rogué a Dios por su muerte, y murió; después tiranizó nuestra tierra otro mucho peor y, rogando que Dios le llevase, también murió. Ahora has venido tú, que eres mucho peor que los dos de antes. Tengo miedo de que, si mueres, venga otro todavía más malo; por eso ruego a Dios que te dé vida y te sostenga por muchos años".

jueves, 15 de octubre de 2009

Una de cuentos I

Epa, ¿cómo anda la cosa? Pues por aquí estamos. Después de crear mi blog y escribir mi primera entrada, lo he dejado un poco abandonado una pequeña temporada. Desgraciadamente creo que esta va a ser una constante en El jardín de Minguito porque, mira tú que gracia, la constancia no es una constante en mi persona humana con esfuerzo.
Bueno, estos días en clase de Literatura estamos viendo el Siglo de Oro de las letras españolas. Lope de Vega, Miguel de Cervantes, Calderón de la Barca..., y otros autores bastante menos conocidos. Entre ellos, Juan de Timoneda. Resulta que estos días, un poquito cansado ya de leer teatro en la cama antes de acostarme, cogí un libro titulado Joyas del cuento español. Y..., tate, ahí estaba nuestro amigo Timoneda.
"Este escritor y dramaturgo español fue autor de las comedias 'Turiana', 'Filomena', 'Rosalina y Aurelia' y del libro de cuentos 'El patrañuelo', primera colección de este estilo que, a imitación de las de Italia, se escribió en España". Así presenta a nuestro protagonista el editor de la selección del Reader's Digest que cayó en en mis manos y que ahora paso a compartir con vosotros. Hoy os colgaré algunos relatos y en próximas actualizaciones dejaré el resto. Veréis que son historias cortas, en las que se cumple a la perfección la máxima que dice que si lo bueno es breve, dos veces bueno.

CUENTO XIII
"A un cierto viejo avergonzábanle los muchachos con cierta cosa que le decían. Y él, astutamente, por conseguir que los muchachos no se la dijesen, compraba confites y, encontrándose a quienes se la decían y de momento no se acordaban de ello, les daba confites diciéndoles:
- Hijos, tomad , para que me digáis eso que me soléis decir.
Pero de allí en adelante ya no repartía más golosinas, y al encontrárselos decía:
- Hijos, ¿por qué no me decís lo de antes?
- No se lo diremos si no nos dáis confites: ¿pensáis que somos bobos?
Y de esta manera hizo callar a los muchahos, que tanto lo agobiaban".

CUENTO XXXI
"Como fuesen azotando a un ladrón, y rogaba al verdugo que no diese tanto en una sola parte, sino que mudase el golpear, respondió el ejecutor de la ley:
- Callad, hermano, que todo se andará".

martes, 29 de septiembre de 2009

El criado del rico mercader

Ole, ya tengo un blog. Bueno, ¿y ahora qué? Bueno, pues lo que voy a hacer es dejar aquí una historia que leí en un libro de Bernardo Atxaga, Obabakoak, y cuyo título corresponde con el de la entrada de hoy. Historia curiosa, supongo que sacada de la cultura popular, que es, la mayoría de las veces, la más acertada por ser la que más se ajusta al sentido común. Bueno, allá va:

EL CRIADO DEL RICO MERCADER
"Érase una vez, en la ciudad de Bagdad, un criado que servía a un rico mercader. Un día, muy de mañana, el criado se dirigió al mercado para hacer la compra. Pero esa mañana no fue como todas las demás, porque esa mañana vio allí a la Muerte y porque la Muerte le hizo un gesto.
Aterrado, el criado volvió a la casa del mercader.
- Amo -le dijo-, déjame el caballo más veloz de la casa. Esta noche quiero estar muy lejos de Bagdad. Esta noche quiero estar en la remota ciudad de Ispahán.
- Pero, ¿por qué quieres huir?
- Porque he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho un gesto de amenaza.
El mercader se compadeció de él y le dejó el caballo, y el criado partió con la esperanza de estar por la noche en Ispahán.
Por la tarde, el propio mercader fue al mercado y, como le había sucedido antes al criado, también él vio a la Muerte.
- Muerte -le dijo acercándose a ella-, ¿por qué le has hecho un gesto de amenaza a mi criado?
- ¿Un gesto de amenaza? -contestó la Muerte-. No, no ha sido un gesto de amenaza, sino de asombro. Me ha sorprendido verlo aquí, tan lejos de Ispahán, porque esta noche debo llevarme en Ispahán a tu criado".