miércoles, 11 de noviembre de 2009

American way of life II

Hoy os voy a dejar uno de mis relatos favoritos de Creía que mi padre era Dios. No es trascendente, ni espectacular, ni esconde una lección moral..., simplemente es la bomba. Teniendo siempre en cuenta que estamos hablando de hechos verídicos, yo sólo os pido que imaginéis la cara que se le debió quedar a la madre del protagonista al final de la historia. Por cierto, la anécdota nos la cuenta Jim Furlong, de Springfield, Virginia.

MONTANDO EN MOTO CON ANDY

"Andy vivía sobre su moto. Era su único medio de locomoción y transportaba de todo un poco. Esto ocurría en la década de los cincuenta, antes de que aparecieran las grandes motos con maletero, amplias bolsas y carenados con espacios para almacenar cosas, así que él lo llevaba todo encima. A menos que hiciera muchísimo calor, siempre vestía un enorme mono de motorista y, debajo de él, una cazadora de cuero; y debajo, un jersey; y debajo, una camisa de franela y un par de calzoncillos largos. Sus múltiples bolsillos estaban llenos de todo tipo de cosas y las más grandes las metía en una mochila hecha trizas. Aunque no era gordo, todo aquello le hacía parecerse al muñeco de Michelín.
Andy vivía cerca del puente Whitestone, en el Bronx de Nueva York, y trabajaba como guardabarreras en un cruce ferroviario de Long Island. Yo lo veía en la tienda local de Triumph y BSA y en las carreras de motos y motocross. Sin embargo, algunas mañanas a media semana pasaba por mi casa cuando iba rumbo al trabajo y se tomaba una taza de café mientras yo desayunaba. A mi madre no le hacía mucha gracia su presencia, aunque siempre le trataba con hospitalidad y cortesía. Sobre todo le molestaba que la llamase 'jovencita' cuando le abría la puerta de la cocina en sus visitas matutinas. Aunque, cuando quería, mi madre podía llegar a ser muy cáustica, decía que Andy le parecía una persona necesitada de ayuda y cariño. Andy tenía unos treinta años. Miraba de modo penetrante y con ojos de loco y tenía un tono de voz quejumbroso y metálico que chocaba a todo el mundo.
Después de varias visitas, Andy empezó a llevarme al colegio en su moto. Yo iba a un colegio católico que estaba a unos doce kilómetros de casa y que no quedaba de camino a su trabajo. A mí me encantaba ir a clase en la Triumph Tiger de Andy en lugar de hacerlo en el autobús escolar, a pesar de que a veces tomaba las curvas con tal velocidad que rozaba el asfalto con el reposapiés.
Un día, al llegar al colegio me di cuenta de que me había dejado mi bolsa del almuerzo en casa. Andy dijo: "Eso sí que es horrible". Le di las gracias por haberme llevado y se marchó. Veinte minutos después, mi madre oyó que llamaban a la puerta de la cocina. Cuando abrió, Andy dijo: "Buenos días otra vez, jovencita. Jim se ha olvidado su almuerzo". Mi madre le hizo entrar en la cocina, donde encontró la bolsa con mi almuerzo sobre la mesa y se la dio, agradeciéndole su amabilidad. Acto seguido, Andy se sentó y se lo comió".

2 comentarios: